Este domingo, Cristóbal, Antonio y Juan, los niños mártires del estado de Tlaxcala, fueron declarados santos este domingo, luego de un proceso eclesiástico extraordinario, donde se reconoció sus virtudes cristianas sin cumplir con los requisitos de un milagro y de las reliquias de sus restos.
En una misa de canonización en la Plaza de San Pedro y con la presencia de fieles mexicanos, el papa Francisco elevó al honor de los altares a los niños indígenas convertidos al cristianismo y que perdieron la vida entre 1572 y 1529.
En el rito hubo un detalle fuera de protocolo, pues nadie se presento en el altar con las reliquias de los nuevos santos, ni pasaron a saludar al Pontífice ningún “milagrado”, como se conoce a aquellos que reciben algún hecho extraordinario o curación inexplicable por intercesión de un beato.
Los niños mártires mexicanos, llegaron al Papa para que su consagración sea efectiva, pues en México hay una continua devoción popular hacia estos menores.
El Fray Luis Martín Martínez Muñoz, vicepostulador general de la Orden de los Frailes Menores, explicó que “se considera una canonización extraordinaria porque la norma es que se necesita presentar ante la Congregación para las Causas de los Santos un posible milagro para que el beato pueda reconocerse como santo”.
Señaló que serán declarados santos por que la iglesia “quiere proyectar personajes positivos que ayuden a la sociedad” y reconocen el ejemplo de estos niños que a pesar de su corta edad, fueron personas de coraje y decisión.
La historia relata que el menor, Cristóbal, era hijo y heredero del cacique Acxotécatl de Atlihuetzia, acude a la escuela de los franciscanos y convertido a la religión, cuestiona a su padre sobre sus vicios, hasta que éste le quita la vida arrojándolo al fuego en 1527, con sólo 13 años de edad.
Mientras que Antonio y Juan, eran originarios de tizatlány murieron en Cuauhtinchán, Puebla en 1529, luego de ser atacados por lugareños mientras recogían ídolos de barro.
Juntos, han captado la atención de los Papas, en mayo 6 de 1990, Juan Pablo II los declaró beatos en la Basílica de Guadalupe; en 2012, en su visita a Guanajuato, Benedicto XVI los propuso como modelos de vida cristiana.
Asimismo, el vicario general de la Diócesis de Tlaxcala, Jorge Iván Gómez Gómez, reconoció la existencia de “muchos cuestionamientos” sobre ellos, entre otras cosas pues no han sido identificados los lugares exactos de sus sepulturas.